sábado, 30 de abril de 2016

HERMANDAD DE ÁNIMAS

APUNTES HISTÓRICOS SOBRE
LA HERMANDAD DE ÁNIMAS

Por Manuel García Félix

Cuadro de Ánimas de la Ermita
Vayamos despacio en el intento de hacer un recorrido etimológico sobre el origen de esta Hermandad, tan antigua y secular, como oscura en su vida corporativa y breve en sus referencias históricas.

Sabemos que la devoción a las Ánimas Benditas del Purgatorio en la creencia piadosa de que Dios manifiesta su gracia a quien ruega por ellos se hunde en los tiempos más antiguos del cristianismo, cuando la oración a los muertos en las catacumbas era una ceremonia de culto en su honor. Más tarde, en la Edad Media, San Odilón, Abad del monasterio benedictino de Cluny, instaura la conmemoración de los fieles difuntos en el 998, hace ahora mil años. El temor de los hombres medievales a que el fin del mundo vendría en el año 1.000 hizo que la oración y el culto a las Ánimas se intensificaran notablemente. Así, esta orden monástica de San Benito de Nursia que diera a la cristiandad millares de obispos, Santos y sabios escritores, haciéndose eco de su responsabilidad cultural ejercida magistralmente en aquella época sobre la Iglesia de Occidente, pone en marcha el mecanismo que instituye esta conmemoración piadosa. El hecho supone un caldo de cultivo inmejorable para la mentalidad del medievo, donde los valores humanos se habían desvirtuado en parte, tomando unas directrices diferentes a las de su auténtica doctrina, donde el miedo y la condena eterna del Espíritu tenían cierta prioridad en el sentimiento cristiano frente a valores como el del amor a Dios y de la Caridad.

Muerto en 1.264 el Papa Urbano IV, que dedicara meritoriamente su actividad papal a promover el culto al Santísimo Sacramento, fue nombrado nuevo solio pontificio Clemente IV, quién bajo su pontificado le da el espaldarazo definitivo a la conmemoración de los fieles difuntos y la erige fiesta de guardar. Desde entonces, la relevancia y el acervo de esta devoción a las benditas ánimas entra en un aumento de fervor constante. Llegan, por tanto, a constituirse por este hecho las hermandades en torno a esta veneración, que ya eran consustanciales en el diseño devocional de aquellos pueblos.

Las hermandades nacen, entre otras muchas razones, por la necesidad que tiene el hombre cristiano de fusionar la creencia y la vivencia, de manera que se crea un espacio inigualable para la comunicación y la convivencia. Así, no se vivirá una fe aislada ni atomizada, sino compartida e involucrada en un proyecto religioso colectivo, donde el fervor a unas imágenes, el ejercicio de la caridad y la oración sean canales despejados que lo acerquen a Dios.

Pero este modelo o formato de Hermandad, por otro lado genérico en la mayoría de los casos, en la corporación religiosa que ahora nos ocupa, no se da del todo en su integridad. Ya que ésta, por su naturaleza original, o por su idiosincrasia devocional, no está aderezada con los recursos que otras hermandades puedan poseer.

Por ejemplo, las Hermandades de Ánimas no fueron tomadas por la jerarquía eclesiástica después de la Asamblea Tridentina para hacer frente a la reforma religiosa que Lutero intentaba de hacer en Europa, caso que ocurriera con las de Penitencia, que éstas sí fueron la avanzadilla de la Iglesia después de Trento para combatir públicamente la herejía luterana. Esto supuso para las cofradías penitenciales una acentuada época de emporio y relevancia, que, por contra, jamás tuvieron las de gloria, como la nuestra de las Ánimas, y sí, en otras épocas anteriores también, las sacramentales, con el impulso que recibiera de Urbano IV.

El Barroco, esa profusión de arte repleto de líneas curvas y de expresiones del alma pero hacia fuera, que sensibiliza sobre todo a lo relacionado con lo religioso y con lo sacro y que le dan cuerpo y forma a nuestras imágenes devocionales, es otra de las carencias que presentan las hermandades de Ánimas al no poseer una estatuaria procesional que suponga un atractivo orientado a una devoción concreta, sino que es algo más etéreo, más espiritual, más exegeta, al estar íntimamente relacionado con la oración y la meditación. No son, por lo tanto, corporaciones donde existan eclosiones barrocas ni efigies espléndidas, sino hermandades poco apetitosas para el acercamiento a ellas de gran parte del importante segmento cofradiero.

Son, entonces, asociaciones de fieles distintas, diferentes. Que preconizan sobremanera su vida espiritual, a través de la oración y la invocación a las Ánimas que se encuentran en un estado de purificación. No poseen imágenes a las que se les pueda venerar, sólo unos austeros óleos sobre lienzos donde levitan las ánimas solemnemente; no organizan procesiones, sólo los devotos se subyugan hieráticos ante sus altares con los rezos; no tienen bandas de música, sólo misterio y silencio; no llevan una vida de Hermandad, la Hermandad nace a través de la caridad que se ofrece con la oración y el pedir por las almas del purgatorio.

Así las cosas, iremos desmenuzando al socaire del ambiente que rodeaba a estas corporaciones religiosas, las breves reseñas históricas que sobre nuestra Hermandad palmerina de Ánimas arrojan los archivos.

SIGLO XVII

Mosaico de Ánimas de la Parroquia
Las hermandades y cofradías son un hecho religioso total, inmerso en una sociedad que las vive, sumergida en una creencia que las soporta. Son claros elementos sociológicos integrados en el tejido más profundo y más sensible de los pueblos. Se podría decir que están cosidos a ellos. De hecho, los gremios fueron, desde el siglo XV y principalmente hasta el XVII, para las hermandades unas plenas instituciones abnegadas y dedicadas al completo por la causa de sus cofradías, dándole a las mismas el emporio ornamental, la traza religiosa y el perfil organizativo que hacían que tanto los cultos internos como externos fueran exuberantes y grandiosos.

En realidad, las hermandades de nuestro pueblo no se vieron beneficiadas históricamente por este vínculo gremial. En ninguno de los archivos consultados consta la creación por parte de estas instituciones laborales de alguna cofradía; esto supuso que la mayoría de las corporaciones religiosas atendieran a una pobre estética procesional, ya que su estructura no estaba respaldada por el apoyo económico de los centros gremiales.

La Hermandad de Ánimas Benditas estaba instaurada en la Parroquia al menos ya en este siglo, y así lo revela la fecha de 1.698 donde se dice que tenía a su favor rentas y privilegios. Hay que decir que en aquellos años del XVII las corporaciones en general se vieron favorecidas y beneficiadas por la fundación de Patronazgos, capellanías y otras mandas que incrementaban sobremanera el patrimonio de éstas.

Se asiste en La Palma a un siglo de clara decadencia para los antiguos hospitales que componían el entramado sanitario y religioso del pueblo, ya que así lo reflejan los visitadores eclesiásticos en sus crónicas de la época, donde comentaban que eran continuas la corrupción y los abusos que en ellos se cometían.

Paralelamente a nuestra devoción, existían otras en aquellos tiempos en nuestro pueblo. La mayoría de ellos con sedes canónicas y hermandades constituidas. Nuestro Padre Jesús Nazareno; la de la Soledad y Santo Entierro y la de Vera - Cruz; en la sección de penitencia. Desde luego y muy pujante, la Hermandad Sacramental. Y ya otras que en posteriores siglos se extinguieron como la del Rosario, San Blas, Santa Ana, San Pedro o Santa María Magdalena, que componían así, junto a la nuestra, el apartado devocional del grupo de hermandades de gloria.

No se sabe si la corporación de Ánimas estaba erigida desde la aprobación del Ordinario eclesiástico o simplemente era una asociación de fieles en torno a una única devoción que los aglutinaban en común y les rendían culto. Pero sí sabemos, por ese dato histórico aislado, que el fervor a las Ánimas, era ya una realidad inminente en la vida religiosa de La Palma.

SIGLO XVIII

Detalle del Altar de Ánimas de la Parroquia
Los visitadores de la Mitra son los sujetos que más luz arrojan en este siglo sobre el estado y aspecto de las hermandades que en aquellos años ejercían con devoción su vida corporativa. El primer dato histórico que sobre nuestra corporación de Ánimas se hace en este siglo, se remonta a 1.708, donde se supone que la pujanza y la acendrada madurez de la congregación eran ya constantes de su desarrollo religioso. Era su Hermano Mayor, en efecto, el potentado señor D. Juan Domínguez Matamoros, siendo el elemento de sustento más principal de la Hermandad “las limosnas quese distribuien en la fiesta del día de la conmemoración de los difuntos, missas cantadas todos los lunes y otras rezadas entre año”. La aparición en el pueblo de los visitadores eclesiásticos se sucedían aproximadamente cada tres años, de manera que se hacía un control estadístico aproximado de cómo estaban los aspectos ornamentales de la Parroquia y hospitales y de cómo se encontraban las hermandades y cofradías instauradas y canonizadas en estos Templos.

Hacía 1.713, y en una lista detallada que el visitero realiza después de haber estado en el pueblo, dice: “ladel Santísimo Sacramento está en la Parrochial de estarilla = las venditas ánimas sita en la Santa Iglesia Parrochial = la de San Blas sita en su hermita = la de Nª Sª de la Concepción sita en su hermita = lade la Misericordia sita en su hermita = ladel hospital de San Juan Bautista = la de San Nicolás sita en su hermita = la de Nª Sª del Rosario sita en la Parrochial desta Villa”. Parece ser, que entonces, nuestra Hermandad de Ánimas se encontraba entre las corporaciones que más arraigo devocional y piadoso tenían en la localidad, habida cuenta del orden preferente que el visitador le otorga en la anterior relación.

Se vivía en un pueblo por entonces imbricado en un claro ambiente religioso. No en vano, el mismo estaba rodeado de Iglesias y ermitas, de cruces alzadas al aire que remataban torres y espadañas; así lo dicen los emisarios religiosos: “Enesta Villa hay ocho hermitas, cinco dentro y tres fuera deella....... Las que se hallan dentro están dedicadas launa a Nª Sª del Valle = San Blas = San Juan Bautista = La Magdalena = Nª Sª de la Concepción .......las que se hallan fuera del lugar son las de San Nicolás = San Roque = y San Sebastián.....”.

La asociación de Ánimas, en 1.720, aparece en la Parroquia siendo su Mayordomo D. Alonso Muñoz de Duarte. Su instituto consistía en mantener la lamparilla de aceite encendida en el altar de las Ánimas; los cultos, con las limosnas recogidas de entre los hermanos; y sus reglas, es de suponer, que contaban solamente con el beneplácito de la autoridad eclesiástica.

En 1.755, el 1 de Noviembre, justo el día de Todos los Santos, se produjo el fatal terremoto de Lisboa, que redujo nuestra antigua Iglesia mudéjar a un montón de escombros. El estado ruinoso que presentó la Parroquia ocasionó que se construyera de nueva planta la que en la actualidad pueden admirar cada día nuestros ojos, siendo arte y modelo del estilo arquitectónico que representa, y teniendo la más bella, blanca y esbelta Torre de toda nuestra baja Andalucía. La obra de ejecución material del Templo duró desde 1.755 hasta 1.768, año en que se le devolvió el culto religioso. Hay que sospechar, y además con fundamento, que el antiguo altar de Ánimas que se encontraba ubicado en la vieja Parroquia quedara totalmente destruido, teniéndose que hacer otro nuevo, hecho que no se puede demostrar, al no existir a lo largo de esta segunda mitad del siglo XVIII más citas documentales sobre esta Hermandad. Esto, unido a la exigencia real, que en un decreto de Carlos III de 1.783 obligaba a las hermandades a ser aprobadas también por la jurisdicción civil (consejo de Castilla), hacen suponer que debilitaran muy mucho todo el emporio religioso de la Hermandad, limitándola al mayor de los abandonos y ostracismos.

De todas formas, no nos vayamos tan triste del siglo de las luces y de la razón, porque la centuria que se avecinaba habría de ser la de más relevancia y nombradía en la historia de las Ánimas, y, además, esta época dieciochesca nos había dejado también, aunque fuera de una manera remota, todo un lujo de Iglesia.

SIGLO XIX

Detalle del Altar de Ánimas de la Parroquia
La palabra definitoria que aglutina todo el concepto social de este siglo es: Romanticismo. Si la anterior centuria fue la de los ilustrados, esta es la de los románticos. El culto a lo desconocido, la afección por lo oculto y el anhelo por alcanzar lo enigmático, diseñaron una actitud común dentro del esquema social de aquella época. Habían llegado los franceses y también se habían ido con más pena que gloria de nuestras tierras. Desde principios de siglos era ya nuestro Patrón San Juan Bautista, 1.802. El clima político estaba siendo un poco perturbador y revolucionario, debido a las continuas alternancias de sistemas gubernamentales y sacudidas de la colectividad del país. La desamortización de Mendizábal había mermado fuertemente el patrimonio eclesiástico y agitado duramente la paciencia del clero, que veía como sus propiedades y dependencias más antiguas eran reconvertidas en otras de uso administrativo o político, tales son los casos de los añejos hospitales, hospicios y Ermitas que por aquellas calendas conformaban el paisaje arquitectónico religioso del pueblo. Así ocurrió primero con la de San Blas, San Juan, Inmaculada Concepción y Magdalena, que fueran convalidados sus usos religiosos por actividades de gerencia; y luego, la de San Nicolás y San Roque, que desaparecieron lamentablemente debido a los avatares que estos sufrieron. Quedaron sólo las del Valle y San Sebastián, que se salvaron de la expropiación por la constancia y el abnegado apego de algunos sacerdotes locales ofrecidos en su defensa.

Las nuevas leyes del reino prohibían por razones de higiene y salubridad las inhumaciones dentro de las Iglesias. Éstas se realizaban en la cripta del Templo Parroquial y si el fallecido pertenecía a alguna familia de alta alcurnia o emporio social, el enterramiento se hacía debajo del altar que el linaje ostentara en la Parroquia, bajo cuyo patrocinio se encontraba el cuido y la decencia de la Imagen que lo ocupaba. Este hecho ocasionó que se tuvieran que buscar soluciones a los enterramientos sucedidos de ahí en adelante en el pueblo, de manera que en 1.837 se construye el cementerio parroquial, que daría cabida a todos los féretros y cubriría la necesidad de estas nuevas dictaminaciones. En efecto, el Camposanto de la Vega era ya una realidad en aquel año de 1.837 y su coste fue 30.000 reales, hecho que fue muy notorio en La Palma y en el gobierno eclesiástico, siendo el Arcipreste y Párroco de la Villa D. José Masuco, y D. Pedro Miguel Pérez Limón el administrador de bienes parroquiales.

Desde entonces, todos los enterramientos pasaron a hacerse en aquel nuevo recinto de la Vega. Hasta el 25 de Septiembre de 1.850, no se pudo inaugurar ni bendecir la Capilla de dicho cementerio, así nos lo refiere el cura Párroco: “se salió procesionalmente de la Parroquia concluida la misa mayor, y llegado al cementerio extramuros, se procedió por el señor cura más antiguo a la bendición de dicha Capilla, todo con sujeción al ritual romano y conforme a la autorización que precede; y concluido el acto se celebró una misa solemne aplicada por los difuntos del mismo cementerio”.

Luego, ya en 1859, la Parroquia, como propietaria y preceptora de todos los derechos del cementerio, amplía el nichado del mismo, ascendiendo el costo de las obras a 3.223 reales, realizándolo el maestro alarife Manuel Pérez García.

Nuestra Hermandad de Ánimas seguía estando ubicada en la Parroquia, pero ya sin el hecho consustancial que justificaba su presencia allí, que era el enterramiento de todas las personas y fieles de La Palma que hasta entonces se hizo en la cripta parroquial. Desplazados estos sucesos inhumatorios al Camposanto de la Vega, y ya con su nueva Capilla en él, todas las misas de difuntos y demás Liturgias ofrecidas a ellos se realizaban en dicha Capilla. Se tuvo que producir inevitablemente el binomio Hermandad de Ánimas y Capilla del Campo fosal, debido a la necesidad religiosa que ambas tenían.

La vinculación de nuestra Hermandad con el Camposanto aún continúa, como se ve en el azulejo que le da nombre
Los recintos funerarios proliferaron mucho a lo largo de todo el siglo XIX, llegándose a considerar - toda vez que se consolidó su estructura - como un modelo nuevo de arquitectura, denominada Arquitectura Funeraria, que en algunos pueblos y ciudades tuvo su más alta cota de expresión con la construcción de portentosos y esbeltos panteones tallados en piedra de mármol. También los cementerios suponen un hecho total dentro de la manifestación romántica de este siglo, en ellos se encuentra ubicado lo oculto, desplegado lo enigmático, envuelto lo desconocido; por lo que se consideró un aspecto sentimental único dentro del formato romántico de la época. Los grandes literatos así lo expresan a través de sus escritos y comportamientos. Cuando Larra murió en su entierro apareció un joven llamado José Zorrilla para leerle algunos de sus primeros poemas; Azorín cuenta que todas las semanas él y los de su grupo visitaban el cementerio de San Nicolás de Madrid para estar junto a la tumba de Espronceda. Los poetas del 27 hacían lo propio con la de Góngora. En definitiva, los Camposantos han sido siempre lugares hechos para el recogimiento, el romanticismo y los sentimientos.

1.869 es una fecha crucial en la historia de nuestra Hermandad de Ánimas, ya que se recoge publicado un Sumario de Indulgencias “concedidas a la Cofradía de las Benditas Ánimas del Purgatorio, erigida en la Parroquia de San Juan Bautista de La Palma”. Se llevó a imprenta su edición “por la devoción de D. Miguel Domínguez Matamoros, Presbítero y Mayordomo que fue de la Cofradía de las Benditas Ánimas”. Se puede observar como existe una concomitancia familiar entre este señor citado y su hermano o ascendiente D. Juan Domínguez Matamoros, quien al estudiar la Hermandad en el año 1.708 aparece como Mayordomo de la misma. Indudablemente, nos encontramos ante un linaje familiar que soportó el peso de la Corporación durante muchos años. De hecho, la Bula es concedida en Roma el 6 de Abril de 1.783, casi cumpliendo el siglo de mantenimiento de esta devoción.

El asunto que en esta fecha de 1.869 hace saltar a la palestra esta antigua Bula que poseía la Hermandad -que por otra parte nos demuestra su enorme pujanza y acervo religioso que ostentaba entre los fieles del pueblo- no era otro sino la queja que había llevado a palacio D. José María Ruiz. Éste argumentaba en su misiva que no encontraba justificación alguna al uso del color negro que la Corporación utilizaba cuando estaba expuesto el Santísimo. La Bula Pontificia, entre otras indulgencias, debió de contemplar también esta, y a tal efecto hacer uso del Texto Apostólico que indultaba a la Hermandad de utilizar el color rojo cuando se exponía al Santísimo Sacramento y sí hacerlo con el color negro.

La respuesta del Arzobispado en virtud a ello no se hace esperar, y él mismo insta al Presidente de la Hermandad a que busque en los archivos: “diploma o rescripto Pontificio del expresado privilegio” o, en su defecto, “buscar testigos ancianos de confianza que testimonien tan notable privilegio de usar paramentos negros con el Santísimo Sacramento expuesto a la adoración de los fieles”.

Sea como fuere la resolución de este privilegio, lo cierto es que lo que rotundamente nos demuestra este hecho es que nuestra Hermandad, a estas alturas de siglo, está de nuevo revitalizada y viviendo uno de sus mejores momentos, queremos pensar que debido al mejoramiento de su nómina de hermanos y a que -como ya hemos dicho- esta fue una centuria que aportó unos buenos sentimientos que hacían vivir también una espiritualidad.

El expediente prospera aún más, y el 27 de Octubre de ese mismo año de 1.869, el nuevo Arcipreste y Párroco de la Villa D. Joaquín Serra y Queralt, que sustituyó entonces a D. José Hinojosa, informa que “en esta Parroquia se acostumbra todos los años celebrar el día 2 de Noviembre y Domingo siguiente, Función de Ánimas con Vigilia; costumbre autorizada por una Bula Pontificia que no en vano he buscado en el archivo”. Entre las remisiones que hacía la Iglesia de las penas debidas por el pecado estaba el privilegio de “manifestar antes a la Divina Majestad con capas y frontal negro, y continuando la misma con ornamentos del mismo color”.... “no estamos a verla practicada en ninguna Iglesia de España”.... “en este pueblo está muy arraigada, por lo que es permisible para que no se resienta su piedad”.

Hasta aquí los datos relativos a la historia de la Hermandad de Ánimas durante todo el siglo XIX. Ahora me voy a centrar en otros que aun no siendo de dicha Corporación si tienen que ver con la misma, ya que con el tiempo llegaría a fusionarse con ella.


Antiguo Cristo de la Sangre
Me refiero al documento que con fecha 3 de Abril de 1.889 expide desde Sevilla D. José María Cepeda Pinto en nombre del Cura Párroco de La Palma. La carta se expresa en los siguientes términos:

Que hay suma necesidad y urgencia de la adquisición de un Crucifijo de tamaño natural para el Culto de la Capilla del Cementerio de dicha villa, a fin de que pueda tener lugar la procesión solemne de penitencia que el Martes Santo tradicionalmente recorre este vecindario.

Existiendo dos Santos Cristos excedentes, sin dueño determinado, y sobre todo sin recibir culto alguno en esta Capital , situados el primero en la Sacristía de la Capilla de la Encarnación de la Yglesia de los Terceros, cuya Ymagen conservada en depósito perteneció a la Cofradía de las Siete Palabras establecida en la Parroquial de San Vicente, y el segundo en el Coro alto o parte superior de la Capilla Bautismal de la de Santa María Magdalena.

Careciéndose de medios para realizar dicha adquisición,

Suplicamos a V.E.R. se digne decretar la donación de una de las mencionadas Efigies con preferencia la primera porque está mejor dispuesta para recibir la Veneración de los fieles.

Así imperiosamente lo reclama el bien espiritual del pueblo y con especialidad los numerosos pobres que constituyen el contingente más devoto al indicado Culto y procesión, y así también lo esperamos de Nuestro paternal Corazón”...

Seis días más tarde el cura de la Magdalena, D. Antonio de la Peña y Ojeda, da constancia de tal Imagen y no tiene inconveniente en acceder a la petición del suplicante. La petición fue acordada por el Cardenal Arzobispo y certificada por su secretario, Dr. Jiménez.

El Cristo, según el cura de la Magdalena, está “colocado en una de las tribunas sin que le dé culto ni aun pueda dársele por falta de sitio a propósito”...

El 15 del mismo mes y año Hinojosa expone que “tengo el honor de manifestar a V.S. que se ha recibido la efigie del Crucificado que se ha servido donarnos su Exma. Rma.”...

A nuestro modesto entender esto significaba que se estaba creando una Cofradía que con el antiguo nombre de su Crucificado de Cristo de la Sangre hacía su Estación de Penitencia en la tarde noche del Martes Santo por las calles de nuestro pueblo. La Imagen cristífera se colocó en el Altar Mayor de la Capilla del Cementerio y cada Viernes de Dolores se trasladaba en un solemne y austero Vía Crucis desde esta Capilla a la Parroquia, cruzando todas aquellas fincas del campo de la Vega sembradas de habas, lo que con el tiempo ocasionó que a este Cristo se le denominara con el sobrenombre de “Jabarero”. Hacía su recorrido procesional el Martes Santo y el Viernes Santo, toda vez finalizados los Oficios, volvía de nuevo a su Capilla del Camposanto palmerino. Este hecho determinante nos demuestra dos cosas. Primero: Que la actual Hermandad del Cristo del Perdón, que entonces lo era de la Sangre y que estaba erigida en dicha Capilla del Campo fosal, no tenía nada que ver con la antigua de la Vera-Cruz que desde tiempos inmemoriales había formado parte de las Cofradías Semanasanteras de nuestro pueblo, por ser ésta una Cofradía de nuevo origen y bajo el amparo devocional de un nuevo Cristo. Y la segunda cuestión es que el motivo de que nuestra Hermandad actual del Perdón y la de las Ánimas se encuentren fusionadas sea precisamente por eso, por la relación que tenía la Corporación de Penitencia -al estar ubicada en la Capilla del Cementerio- con la de Ánimas, que su aspecto religioso y devocional -aparte del cuadro existente en la Parroquia- también lo estaba en el Camposanto por el culto que ésta le rendía a los fieles difuntos.

Son entonces estos datos los más esclarecedores a propósito de hacer una simbiosis devocional entre las dos congregaciones, una de Penitencia y otra de Gloria.

Posteriormente, el 19 de Abril de 1.892, D. Antonio Pino eleva el siguiente escrito al Señor Arzobispo de Sevilla:

“Reverendísimo Señor: con el respeto y sumisión debida, me permito dirigir a su Reverencia esta humildísima carta, no dudando de su tan reconocida fe católica y corazón magnánimo dejaría de repasar estas líneas y así mismo interpretarlas en el verdadero sentido que se las dirijo; cual es el sentimiento que me ocasiona la digna clase a que pertenece el ofensor ser el ofendido mi Señor Padre Don Antonio Pino Delgado.

Dicho Sr. Pino, cuya religión y conducta es notoria y conocida del digno clero de ésta, hace varios años que se viene haciendo cargo por Semana Santa de la Cofradía llamada del "Señor de la Sangre" por no constar ésta con Hermandad ni más arbitrios que la caridad pública que con ese fin ejerce en esos días y perjuicio de sus propios intereses.

Púsose en el presente año, una vez terminada su misión, el Viernes Santo, concluido el Sermón de las “Tres Horas” y acompañado del sacristán, a retirar los adornos del paso de dicha Efigie, en cuyo acto, enmedio de esta santa Yglesia Católica, tuvo el atrevimiento el Señor Presbítero Don José Cepeda Pérez de proferir insultos con palabras impropias en dicho Señor Cepeda y el sitio a mi referido señor Padre, por no ser de su agrado lo que hacía y sin haber dado la orden de prohibición a quién debiera.

Es cuanto tengo el honor de manifestar a Su Reverencia....”

Nos pone de manifiesto esta carta la vinculación que históricamente la familia Pino ha tenido con esta Hermandad y como es lógico y consecuente que en la refundación llevada a cabo en 1.948 esta familia tomara el testigo devocional que sus antepasados legaron.

SIGLO XX

Altar de Ánimas de la Parroquia
Entrado el siglo XX el auge y apogeo lo toman en general las Hermandades de penitencia en detrimento de éstas de gloria y se asiste a otro periodo de decadencia en la vida corporativa de la misma. Los sucesos del treinta y seis, donde el fuego iconoclasta redujo a cenizas nuestro patrimonio iconográfico prácticamente en su totalidad, supuso un varapalo irreparable para estas Corporaciones.

En el fuego de la Parroquia se quemaron entre otras las Imágenes del Santo Entierro, de la Vera-Cruz, el cuadro de Ánimas, numerosas Imágenes de Gloria y, probablemente, nuestro Cristo de la Sangre, que con toda seguridad se encontraba por aquellas fechas en el Templo. Si no hubiera sido así, la Imagen del Cristo Crucificado venida de la Parroquia de la Magdalena de Sevilla que era titular de la Hermandad se habría salvado, como se salvó la Imagen de la Soledad, que al estar en la Capilla de Cementerio pudo librarse de la quema.

Restablecida de nuevo la paz en el país, y tras unos años de estabilidad social y religiosa, la decimonónica Hermandad del Cristo de la Sangre es de nuevo refundada por un grupo de devotos de aquel Cristo desaparecido. Pero ahora la advocación de su Titular no es la de la Sangre, sino la del “Perdón”, con la que es conocida en nuestros días. Al parecer, fue D. Ignacio de Cepeda quien indujo a los hermanos devotos a que se le pusiera este nombre al Cristo, ya que era la mejor palabra que después de una guerra podía decirse.

La Hermandad se estableció en la Parroquia definitivamente en 1.959, en el altar de Ánimas, que ex-profeso Santiago Martínez pintó para nuestro Templo y para que así permaneciera para los restos esta antigua devoción palmerina. El poeta palmerino Pedro Alonso Morgado cuenta que le pareció estar en el cielo cuando contempló este cuadro por primera vez.

Hoy la Hermandad de Ánimas celebra una novena en el mes de Todos los Santos y posee una nómina de hermanos que le da solidez a esta devoción, que por ser tan antigua se encuentra cosida al pueblo de La Palma desde tiempos inmemoriales.

Bibliografía consultada

- Archivo Diocesano de Huelva.
- Archivo Arzobispal de Sevilla.
- Boletín “Perdón”. Artículo de Jacobo C. Martín Rojas.
- Boletín de la Santa Cruz Calle Cabo. Artículo de Margot Davison.
- Semana Santa en La Palma. Libro de Pedro Rodríguez Bueno.
- Historia, Tesoro y Sentir popular de la Hermandad del Santo Entierro.
- Apuntes para una introducción histórica de La Palma. José Mª Dabrio Pérez.
- La gestación de un ferrocarril en La Palma. Libro de Manuel Ramírez Cepeda.